Martes, 31 de Agosto.

Con una rigidez más propia de una mente teutona que mediterránea ésta tarde he salido a correr a la misma hora que ayer y por el mismo circuito; las sensaciones han sido las mismas, buenas, muy buenas, y lo único que ha variado han sido los cambios de ritmo, que en lugar de cinco minutos han sido uno de quince minutos, dos de diez y cuatro de dos; el número de kilómetros también ha sido el mismo, dieciocho, y la cantidad de sudor también se ha mantenido en los mismos niveles que ayer; a destacar que un día más las Pegasus, la Kalenji, la camiseta de tirantes y mi cuerpo todo se han portado bien y han trabajado a fondo y en silencio para que la salida de hoy haya transcurrido bajo un marco de total armonía y equilibrio y durante todo el tiempo que ha durado esa sinfonía de movimientos no ha habido una nota más alta que la otra, todo ha transcurido en perfecta comunión con la verdadera filosofía del correr y mi cerebro ha disftutado y se lo ha pasado en grande dirigiendo la orquesta y marcando los tiempos; ha sido un buen entreno y a fuerza de hacerme pesado debo confesar que he terminado contento y dando las gracias a mis antepasados por haberme transmitido los genes que en este momento de mi vida me están permitiendo acariciar cada día y durante unos cuantos minutos el lado más amable y feliz de mi existencia; sin haberlo pretendido en ningún momento me doy cuenta de que año tras año he ido construyendo mi personalidad y mi manera de vivir y de entender la vida sobre los cimientos del correr y hoy por hoy no tengo ninguna intención de modificar ese hábito que tantas dosis de satisfacción me está ofreciendo un día sí y el otro también.