viernes, 20 de febrero de 2009

Viernes, 20 de Febrero

Desde los once años hasta bien entrados los veintitantos, Manuel Tintoré, siempre según sus propias palabras, no me invento nada, se recuerda a sí mismo como una persona retraída, muy encerrado en su propio mundo de silencio, nada comunicativo con los demás, con serios y verdaderos problemas para poder expresarse en voz alta. Era tartamudo, es decir, no podía pronunciar más de tres palabras seguidas sin encallarse, sin quedarse enganchado durante muchos segundos en la misma palabra, resbalando su desesperación por las sílabas. Intentaba hablar y de su boca no salía ningún sonido, quería decir algo a alguien y no podía. No había forma humana de poder comunicarse con nadie. Permanecía la mayor parte de las horas encerrado en su habitación, siempre con un libro en la mano, leyendo convulsivamente, como si en ello le fuera la vida, como si en lo que leía esperara encontrar la respuesta a sus muchas preguntas. Los peores años de mi vida, es lo que suele decirme siempre que hablamos del tema, no se los deseo ni a mi peor enemigo. Me convertí en un lobo estepario, siempre estaba solo, podía pasarse semanas, meses enteros sin hablar con nadie, alguna que otra palabra con sus padres o con sus hermanos y nada más, todo el resto era leído, no hacía nada más que leer y leer, no vivir su vida y vivir la vida de los otros a través de las novelas que devoraba, su existencia estaba hecha de palabras ajenas y así fue como año tras año se fue construyendo una realidad a su imagen y semejanza, a su medida, sólo para él, un mundo en el que no cabía nadie más que él. Así nadie podía hacerme daño, me dice, nadie podía reirse de mí porque no tenía a nadie con quien hablar y me daba igual, estaba muy a gusto conmigo mismo, nunca me ha importado estar solo, me confiesa, me gusta la soledad y la verdad es que nunca he necesitado a nadie ni para sentirme bien ni para ser feliz. Con los libros me basta, sentencia, son los únicos que me han dado lo mucho que tengo. Hoy no he salido a correr. Después de trabajar he llegado a casa pensando que haría unos doce kilómetros a ritmo pausado y al final no he hecho nada. El carnaval y el desfile de carrozas y la gente disfrazada y el ambiente de fiesta que se respiraba en la calle me han distraído y se me ha hecho tarde. Son las doce menos diez de la noche. Me sorprende la facilidad con la que Airemi duda de mis sentimientos y de mis intenciones.

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